lunes, 29 de agosto de 2011

NOTAS SOBRE EL ENSAYO (“JACKIE” de la austríaca Elfriede Jelinek)

Este texto pretende echar luz sobre un conjunto de ideas que fueron apareciendo en el proceso de trabajo de “Jackie”, monólogo de Elfriede Jelinek . Ha sido mi objetivo no sólo investigar un proceso de trabajo, dando lugar a la creación de una dramaturgia posible del actor, sino también recuperar el campo del ensayo como territorio práctico, sustentado por líneas de investigación con base teórica, que permitan la confrontación de ideas ante la realidad del hecho dramático. Se trata también de hacer el análisis del contexto social donde acontece nuestra practica y que inciden, en forma perversa, sobre la creación artística, poniendo en funcionamiento dispositivos de censura por medio de la critica y sus distintos soportes y agentes: pseudocríticos, curadores, dueños de salas, medios periodísticos, que dan forma y legitiman la destrucción de lo teatral, en función de las reglas comerciales del mercado y las modas que son creadas según lo que ellos y sus agentes legitiman, donde no son posibles las ideas, las cuales atentan contra el ocio y las paupérrimas ganancias. Pero no importa, es el gran sacrificio que hay que pagar para llegar a un momento de gloria: la ¡TELE!, ¡salvarnos! ¡estar en el reino de los cielos! ¡llegar a ser uno entre los menos! Ante esta trampa es imposible procurar pensar nuestro arte, otros piensan por nosotros, lo destruyen lo bastardean, lo escénico se pone en crisis. Cómo trabajar con un texto de Elfriede Jelinek: ella pone todo en crisis, nos confronta, sabe, detesta a los medios, pesquisa su daño, también conoce y detesta a los actores, en especial a las actrices, que son tan propensas a entregar la carne. La austríaca Jelinek me obliga a encontrar entre los intersticios que hay entre palabra y palabra mi propio pensamiento; encontrar aquellas ideas que me permitan dejar de lado viejas posturas e ir al encuentro de algo nuevo. Hay que recuperar el concepto de ser independientes, expresando una ética que nos individualice y nos constituya como opción y resistencia ante las practicas culturales que se fundan únicamente dando prioridad a las reglas de consumo que impone el mercado del ocio. ¿Soy repetitivo? No importa: la palabras con sangre entran y así es, ya verán. Continuo con mis reflexiones sobre el “campo de ensayo”. Cuando creía que todo iba acontecer de diferente manera, ¡ingenuo de mí! Para arribar al ensayo, previamente la dramaturgia nos propone estrategias, tácticas que sustenten, con cierta lógica, simulacros de representatividad, la casi siempre llamada “teatralidad” que intentaremos esbozar en el espacio.
Es en el ensayo donde ponemos a prueba las hipótesis que encontramos en la mesa de trabajo, cuando leemos y releemos el texto, tratando de escuchar. La mayoría de las veces nos recitamos a nosotros mismos, pero nuestras propias páginas son muy pobres. Entonces recurrimos de manera tranquilizadora a la imagen, la escena de lo predecible, para salir a toda prisa de lo impredecible. Garabateamos de manera rápida algo que delimite el espacio, nos dibujamos a nosotros mismos: “¡Yo actúo! ¿Es orgánico, no?”
Un signo es una cosa que, además de la imagen asimilada por los sentidos, hace venir por sí mismo al pensamiento, alguna otra cosa. El pensamiento es un espacio que transcurre en el tiempo, como en las películas. Hay que dar un gran salto para alcanzar ese espacio. Poder transitar el espacio del pensamiento, significa una pérdida de la idea de “yo”, ese “yo” que siempre amenaza con desgarrarse. Pero no hay que demorarse en la propia existencia. Entiendo la función del actor como sujeto reactivo productor de acontecimientos estéticos. La actriz de este ensayo, sostiene el mito del “actor poseído”. Ella pretende demostrar que en cada acción se deja morir, que desaparece para poder ser otra. Toda posibilidad de razonamiento es como que la alejara de su fin, “consumar un sacrificio”. Pero ya no hay acto sacrificial, no hay ceremonia, porque el teatro como también la vida ya no tiene punto de contacto con la naturaleza. El teatro pone en evidencia la realidad social que lo atraviesa. Sus formas de producción ponen de manifiesto ideas política, y un subjetivismo que pretende valor filosófico, que da sustento a la creación de un sistema de rangos y creencias que hacen de la práctica del teatro, una actividad sostenida por rangos estamentales retrógrados. Se lo debe al paradigma teológico que sustenta su moral. Quizá sea una forma de asegurarse su propio exterminio. Pero el teatro siempre ha sido un lugar para darse importancia, para aquellos que dicen tener cultura, y para los que no la tienen también.
Pero todos sabemos que el espectáculo es un gran burdel, donde siempre se pone en juego la carne.
En este ensayo la actriz parece desfallecer, es el texto que la consume y la devora. Lo escrito no simula dejarse atrapar, el texto con toda su potencia se revela, los músculos se tensan y todo se confunde. Entonces hay que detenerse, apaciguar el cuerpo e intentar apenas el sonido de una palabra, poco a poco, algún tono posible; primero el cuerpo está entumecido, pero no hay que parar, hay que repetir, buscar la entonación adecuada, descubrir la nota, de pronto llega, viene desde el silencio, casi como un susurro. El susurro es subversivo, en el susurro está la intención secreta, que se transforma en gesto, deviene en acción y acontece en el tiempo y el espacio. El texto se impone, la violencia se expresa en el lenguaje porque acontece aquí y ahora. Creo ser testigo de un tipo de teatralidad de la que jamás nadie será espectador. Un instante, un momento que hacen del ensayo un lugar secreto y primordial. ¡Mentiras! El campo de ensayo está minado de falsas teorías, crónicas que los actores inventan para legitimar una práctica que no le importa a nadie, impulsados por su devastado y precario yo, que está tan diluido. La creadora de imágenes genera adicción, un poco de maquillaje, luz, cámara, acción y nadie se resiste, un segundo nada más, y ya nada será como antes. Se comenta entre los actores que la televisión lima cerebros, les garantizo que lo he comprobado.
El espectáculo no hace otra cosa que convocar en sus representaciones una sucesión espectral de personajes que son parte constituyente de la reserva iconoclasta del mismo, la religión opera de la misma forma.
Esa teoría de que todos podemos actuar, porque tenemos algún referente dentro de nuestra pobre historia, y al que hemos legitimado, siendo pasivos espectadores de nuestras propias vidas, ¡sí es verdad! Esa es la prueba, ahí está la falsificación. Es el nacimiento de lo artificial, que oculta con tanta habilidad la naturaleza de manera que la naturaleza pronto habrá desaparecido, y con ella la vida, como si ambas hubieran sido alguna vez algo natural.
La acción teatral toma valor político, trae la potencia de la muerte, la única acción sísmica y transformadora. Este aspecto es comparable a la tragedia griega, porque en la muerte trágica hay una ruptura de lo predecible, se transgrede la ley natural, entra en abismo el discurso. El lenguaje se libera. Los personajes del teatro de Jelinek son protagonistas de una tragedia moderna, como lo es Jackie. Este es un verdadero teatro de la muerte porque oficiarlo implica trascender la materialidad de lo corpóreo y dejarse tomar por el lenguaje. Por todo lo antes expuesto, por la negativa que provoca la ignorancia, luego de presentar el proyecto a once salas del circuito alternativo porteño, después de un año de rodar y rodar sin ningún subsidio, sin ningún tipo de ayuda y colaboración, al fin se presentó en forma clandestina a puertas cerradas ante un grupo reducido de amigos, si es que esa palabra tiene hoy en nuestro ámbito algún sentido. “Jackie” de la genial Elfriede Jelinek en Buenos Aires. ¡¡¡MERDE!!! Misión cumplida, como director supe escuchar la voz de la autora, el texto se impuso con toda su potencia, en la subversión y en la clandestinidad, estos últimos dos conceptos fundamentales para comenzar a pensar en un manifiesto de un teatro de la contracultura.

sábado, 2 de octubre de 2010

No tengo casa

No tengo casa
por siglos no he tenido una
La pobreza, el hambre y la violencia
me arrastran de lugar en lugar
No tengo nada,
salvo el viento contra mi espalda
y la tumba
frente a mí.

Ilija Jovanović

jueves, 15 de julio de 2010

POLÍTICA Y DIABLO

Fabián Ludueña Romandini.

FILOSOFO

Por Martín Granovsky

En estos días de frío el olor a resina confunde. ¿Sale de los hogares a leña o de hogueras en preparación? Fabián Ludueña Romandini, investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, dialoga sobre la demonización y la confusión entre el mundo religioso y el mundo jurídico.

–¿Quién y cuándo inventó el demonio como cuco político?

–La idea de una lucha cósmica entre las fuerzas del bien y del mal ya está presente en la apocalíptica judía anterior al cristianismo. Sin embargo, con la lenta conformación de la ortodoxia política cristiana, el demonio pasó a ser un arma política esencial. Ya en el Evangelio de Marcos está presente la lucha entre Jesús y Satán como eje articulador de una oposición político-religiosa. Estas creencias, formuladas alrededor del siglo I d. C., se convirtieron, posteriormente, en armas políticas del cristianismo ortodoxo en su lucha contra lo que definía como “herejías”, proyectos políticos alternativos a la visión hegemónica, particularmente romana, pero no solo romana.


–¿Qué otros ejemplos de utilización política del demonio puede mencionar?

–Toda la historia política de Occidente ha estado marcada, en sus tiempos fuertes, por una apelación al demonio como fuerza del mal político. Desde la fundación misma de la Iglesia romana hasta las Cruzadas, desde la persecución de las brujas hasta las grandes revoluciones del mundo moderno, el lenguaje teológico de la lucha contra el demonio ha sido un arma blandida desde todos los espacios políticos para definir al antagonista como enemigo absoluto. Se trata, según la mayoría de los textos antiguos, de un ángel caído, esto es, de un miembro de la milicia angélica que cometió el primer acto político de la historia: desobedecer a Dios. Como se ve, el demonio es quien decide no obedecer las órdenes del poder soberano.

–La acepción es claramente política.

–Como noción teológico-política, demonio será el “desobediente”, el que se niegue a seguir las directivas de quien se arrogue la potestad de decidir unilateralmente sobre el destino de las comunidades humanas.

–¿El demonio se utiliza para confundir pecado con delito?

–En un contexto donde el discurso teocrático sea predominante, la necesaria y fundacional distinción entre delito y pecado tiende a borrarse peligrosamente.

–¿En qué casos el uso del demonio en la política no funcionó con el éxito que esperaban sus promotores?

–En el pasado, cada vez que el demonio se utilizó los resultados fueron devastadores. Justamente, la invención de una esfera política pública laica fue el sueño que los modernos (no siempre con buena fortuna) intentaron realizar a los fines de construir una política no demonizadora, no heresiológica. Sólo una política que logre desprenderse completamente de cualquier herencia apocalíptico-mesiánica podrá construir el lugar donde el demonio no tenga ya ningún papel que desempeñar.

–¿La utilización del demonio es exclusiva de la jerarquía de la Iglesia Católica?

–No. El demonio ha sido utilizado, a lo largo de la historia, por católicos romanos, protestantes, evangélicos, ortodoxos y, también, por ciertas corrientes del islamismo.

–¿Cuándo surgió la idea de la homosexualidad como acto antinatural?

–Tiene muchos siglos de existencia y los propios teólogos medievales que la forjaron eran ya conscientes de que no se sostenía filosóficamente. También cocinar los alimentos que comemos es antinatural, como toda la cultura humana es, por definición, antinatural. Sin embargo, los homosexuales no querrían contraer matrimonio sólo por amor (como tampoco, desde luego, lo hacen los heterosexuales), sino también por infinidad de razones que no están necesariamente ligadas a este sentimiento. La idea de que el matrimonio civil es la realización de un acto esencialmente amoroso no tiene fundamento histórico ni filosófico aceptable. El matrimonio civil es un acto estrictamente jurídico que no debe revestirse de valores religiosos propios de la lucha entre el bien (amor) contra el mal (demonio).

–¿Cómo se puede salir de la encerrona que plantea la opción “dios o el diablo”?

–Simplemente recordando que el problema del matrimonio homosexual no es religioso, sino estrictamente jurídico. Del mismo modo que un político no puede influir sobre ninguna iglesia respecto de cómo manejar el matrimonio religioso, un obispo no puede indicarle a un congresista cómo formular legalmente el matrimonio civil. En el mundo jurídico de la política laica no hay dios ni diablo. La mejor tradición republicana debe fundarse en el reconocimiento de los derechos de las minorías. La Modernidad se inauguró con la separación del poder político del poder teológico. Y nuestros senadores, en el Congreso, sólo deben responder a la ley civil y al espíritu republicano con el que se fundaron y mantuvieron los mejores valores de un sistema político que no debe cesar de hacerse más plural para ser fiel a su propia esencia.


PAGINA 12- 14 de julio del 2010.

miércoles, 30 de junio de 2010

domingo, 16 de mayo de 2010

"Mientras yo no había dejado de ser del todo quien era y mientras no hera quien estaba llamado a ser, tuve tiempo de sufrir angustias muy particulares. Entre la persona que yo fui y el tipo que yo iba a ser, quedaría una cosa común: los recuerdos. Pero los recuerdos, a medida que iban siendo del tipo que yo sería, a pesar de conservar los mismos límites visuales y parecida organización de los datos, iban teniendo un alma distinta."
Felisberto Hernández.

lunes, 19 de abril de 2010

ESTOY TAN TRISTE




Estoy tan triste como
si te me hubieses muerto
no puedo sonreírme
pues
contigo
ni hablar de qué sé yo
ni dar detalles.
Puedo sólo sufrir
por los días perdidos
por lo imposible ya
por el fracaso.

Idea Vilariño

lunes, 4 de enero de 2010

"La utilidad es el gran ídolo de la época, un ídolo al que sirven todas las fuerzas y han de rendir homenaje todos los talentos. En esta tosca balanza no tiene ningún peso el mérito espiritual del arte, que, despojado de todo estímulo, desaparece ante el ruidoso mercado del siglo."


Schiller.